El chisme que cambió mi manera de chismear

lunes, febrero 17, 2020

Es viernes por la tarde. Un grupo de mamás y yo estamos sentadas en una mesa mientras nuestros niños juegan y nosotras respiramos un poco. El chisme del día está apunto de ser entregado a la mesa redonda para su debido análisis. Esta vez es sobre una niña de grados mayores a los de nuestros hijos en común, que tuvo un comportamiento inapropiado para su edad en las redes sociales (cosas de preadolescentes queriendo ser adolescentes que quieren ser adultos).

Todo chisme empieza de una forma inofensiva, como el relato de una historia verídica que nos permite entender nuestro entorno y aprender de las experiencias de otros. Lo que lo hace chisme, es lo que vamos agregando a la historia: las suposiciones, especulaciones y juicios de la vida de los protagonistas. Y aunque podría parecer fácil dejar de hacer esta última parte, por alguna razón no es muy difícil. Juzgar y criticar funciona casi como una droga que nos hace sentir, al menos por un momento, que nosotras sí tenemos el control solo porque nuestros hijos no hacen eso. Y para una madre que la mayoría del tiempo siente que no lo tiene, eso puede ser adictivo.

Normalmente yo participaría en todo el proceso del chisme sin pena alguna, pero no esta vez. Esta vez se trataba de una amiga de mis hijos. En el momento que escuché su nombre, en vez de proseguir con mi opinión, solo pude pensar en su mamá (amiga mía también) y me pregunté si ella sabría lo que estaba pasando, si alguna de todas las fuentes por las que había pasado el chisme le había advertido sobre la situación. Spoiler alert: Nadie lo había hecho. Sin embargo, ahí estábamos todas siendo jueces de una situación ajena, señalando a una niña que solo está tratando de crecer y de entender el mundo como cualquier otro niño.

Decirle a una mamá que su hija o hijo hizo algo que a ti te parece inapropiado es delicado, es el tipo de cosas que podemos tomar muy personales; sin embargo, imaginar que fueran mis hijos los que estuvieran en la misma situación y yo no tuviera ni idea, fue lo que me hizo correr el riesgo.
Afortunadamente, nuestra amistad sobrevivió. Como supuse, pese a sus esfuerzos por estar al pendiente, ella no sabía lo que estaba pasando, y como a todas las mamás del mundo, le sorprendió darse cuenta que no siempre tenemos todo bajo control como pensamos. Al final, me agradeció habérselo dicho.

Aunque ser la mensajera no fue agradable, había una parte de mí que se sentía Madre Teresa de Calcuta por haber tenido el valor de hacerlo. Sin embargo, días después, ese sentimiento se escondió entre los arbustos igual que Homero, cuando descubrí que mi hija había sido partícipe en la situación también, solo que no fue tan protagonista como para llegar a la portada del chisme.  ¿Y saben cómo me di cuenta? Porque seguí mi propio consejo que tan sabiamente compartí en aquella mesa redonda: apliqué todo lo aprendido viendo YOU para revisar a fondo su smartphone –que desde ese día ha sido cancelado indefinidamente. Ni ella ni yo estamos listas para eso, pero ya lo contaré en otra ocasión.

Después de este episodio no pude dejar de pensar si tal vez las mamás y papás de los niños que han dañado a inocentes en las escuelas, pudieron ser advertidos por otros padres que hubieran notado algo, y que en su lugar, solo lo comentaron en alguna mesa de algún café, como chisme de una tarde cualquiera.

Así que, cuando veas la paja en el ojo de alguien, no andes diciendo a todo el mundo – ¡¿Viste la paja en su ojo?!  – Mejor ve con la persona y dile en privado – Hey, no sé  si lo habías notado, pero traes una paja en el ojo que podría estarte haciendo daño. Tal vez quieras revisarte. Y ya de pasada no olvides checarte tus ojos también.

You Might Also Like

0 comentarios

Google Analytics

Pin embed

Subscribe