En medio de un d-i-v-o-r-c-i-o en Navidad

viernes, diciembre 22, 2017


Es sábado, una semana antes de Navidad, y tengo una cita en un café a la cual no quisiera ir. No me baño ni me maquillo, sólo me pongo la primera cosa decente que encuentro porque se supone que la cita será breve y volveré pronto a casa.

Llego al Starbucks que está cerca de mi casa y me siento en la mesa más aislada y recóndita del lugar, del lado derecho mi madre y del izquierdo mi padre. Están hablando sobre su d-i-v-o-r-c-i-o, haciendo su mayor esfuerzo por ser civilizados y yo por mantenerme al margen y no tomar partido.

Mientras hago de testigo imparcial de lo que se habla en esa mesa y me concentro en ignorar los impulsos de opinar, casi como una broma, llega un familiar que teníamos tiempo sin ver y que nos saluda sin tener idea de lo incómodo de la situación. En un segundo cambiamos nuestra cara de mustios por la sonrisa más falsa que encontramos, y decimos las palabras más banales que se nos ocurren, la situación es incómoda y creo que está apunto de descubrirnos. Unos segundos después se despide y nosotros seguimos fingiendo hasta que sale del lugar… Fiuuu! Creo que lo engañamos.

Los minutos pasan y yo ya me quiero ir porque mi boca va a escupir todo lo que pienso. Por fin llega el momento de despedirse y cada quien toma su camino. Solo deseo llegar a mi casa y olvidarme del asunto.

Pero parece que eso no va a ser posible porque llegando a mi casa veo que nadie le ha dado de comer al perro como les pedí que lo hicieran, además nadie escucha las 3 veces que he timbrado para que me abran porque no traigo las llaves, y obviamente pasa lo que tenía que pasar, apenas doy un paso adentro y empiezan los regaños a diestra y siniestra con un toque de malhumor.
Mi esposo no se atreve a decir nada, ni siquiera que me calme, sabe de dónde vengo y parece que por fin ha aprendido que igual eso nunca funciona.

Sabes que algo anda mal contigo cuando llegas a un lugar y casualmente la vibra cambia y todo se vuelve negativo, así que mejor decido detenerme y aislarme antes de arruinar el día por completo.

Me voy a limpiar la terraza en un intento de calmar mis emociones y ocuparme en algo.
Ver la terraza limpia se siente bien, así que sigo con la terapia y comienzo a poner las luces de cascada que no habíamos puesto, corrección, le pido a mi esposo que ponga las luces de cascada que no habíamos puesto, es bastante obvio que quiero desesperadamente hacer más feliz mi lugar feliz. Ya que están las luces puestas volteo a ver la planta colgada en la entrada de la casa y está más café que verde, tiene hojitas marchitas por todos lados y llevo viéndola así por varios días no importa si la riego o no.
Como la planta esta arruinando mis planes de hacer todo más feliz, voy a la cocina por tijeras para cortar un poco todas las ramas a ver si así le da un poco de vida, quitarle todo lo marchito de una vez por todas y darle una nueva oportunidad. Pero justo cuando voy a cortar la primera rama me doy cuenta que al final de ella hay una florecita que acaba de abrir, ahora ya no la puedo cortar porque si corto lo marchito de arriba la florecita se irá también… y… pfff momento de epifanía…  Puedo verlo todo claro,  yo soy la planta con las hojitas marchitas en sus ramas, son tantas que quisiera cortar toda la rama de un jalón, pero si lo hago sacrificaré la flor que está apunto de florecer. Todo lo que he leído de resiliencia viene a mí y ahora es el momento de aplicarlo. Si esta planta con todas sus hojas marchitas pudo florecer, yo también puedo.

Regreso a la cocina para dejar las tijeras y riego la planta, dejaré que ella haga su proceso, tal vez en primavera estará verde de nuevo.



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