Las monjas me contagiaron el mundial

sábado, junio 23, 2018



Tengo que confesar que regularmente no soy tan fanática del futbol, pero el mundial siempre me pega con todos sus síntomas irremediablemente como los piojos a los niños del salón del kínder. Y todo es culpa de las monjas.

Mi primer mundial lo viví en el 94. Tenía 11 años, apenas empezaba a preocuparme de la próxima aparición de bubis que me habían prometido y que por cierto no llegó hasta mi primer embarazo. Las vacaciones en esos tiempos empezaban hasta julio, así que cuando empezó el mundial aún seguíamos en lo salones de clases aburriéndonos de lo lindo.
Mi colegio era de puras niñas, y sí, era dirigido por monjas estrictas que nos ponían a rezar y nos obligaban a usar faldas abajo de la rodilla… A-BA-JO DE LA RODILLA. Las clases las daban en su mayoría maestras, pero como Dios aprieta pero no ahorca, había algunos maestros de educación física y voleibol que ayudaban a nuestro desarrollo hormonal. Pero bueno me estoy desviando del tema.

Nos sacaron del salón haciendo una fila de chica a grande, ese año había avanzado unos lugares atrás en la fila. No sabíamos a dónde íbamos, solo que era algo que no estaba regularmente en el programa. Llegamos al auditorio, que era un salón que se usaba para varias actividades, pero ese día no había más que una tele cuadrada en frente, o era un proyector, no lo recuerdo bien. Nos sentamos en el piso, el auditorio estaba lleno. Era el partido de México contra no sé quién, pero era importante (si esperaban detalles de goles y demás, vuelvan a leer la primera línea). Bastó con respirarlo por unos minutos para que me contagiara totalmente de la emoción de estar esperando un gol y gritar cada vez que estaban cerca de la portería, de cualquiera. En ese momento me olvidé si la de a lado me caía mal o si me había ido mal en matemáticas, festejé igual con la de mi derecha y la de mi izquierda. Monjas, maestros y alumnas gritábamos emocionados como si fuéramos amigos, me parecía increíble, después de todos los esfuerzos que habían hecho durante el año de organizar eventos para la convivencia, solo necesitábamos un partido de México, 2 horas sin clases y una tele.
¡Empatamos! ¡Perdimos! No lo sé, solo recuerdo esa sensación y esa adrenalina que experimenté y que me gustó. Después de eso no quería volver a mi día normal. ¿Nos vamos al salón? ¿Por qué? ¿Cómo podemos seguir nuestro día como si nada estuviera pasando, cuando en otro lado del mundo hay gente nerviosa por ganar el siguiente partido? Volvimos al salón y traté de seguir mi día normal.

Sin planearlo ese verano algo había cambiado. Dejé de ser la niña que era y me convertí en una niña que terminaba la primaria pensando que México algún día podría ser campeón del mundo. Años han pasado y de peores mundiales me he recuperado, pero siempre recordaré mi primer mundial, ese que las monjas me obligaron a ver sin saber lo que harían en mí.
Al final con su falda abajo de las rodillas y el rosario en la mano, ellas me contagiaron su fe en que México sería campeón del mundo algún día.



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